El Consejo Europeo se sentó en la mesa con una decisión clara, apoyar a Ucrania después de que Trump la abandonase económica y políticamente ... pero ¿cómo hacerlo? ... a través de los activos soberanos rusos depositados en Bélgica, lo que suponía una solución desde el punto de vista jurídica problemática, e inquietaría a otros estados externos a Europa que también tienen depositados sus activos en la UE. O a través de mutualizar la deuda con eurobonos, lo que parecía como una medida excepcional utilizada en la pandemia va tomando curso de normalidad para decisiones complejas en el seno del Consejo. Es decir, la financiación de la ayuda a Ucrania la pagamos todos los europeos, mientras que con la otra opción se castigaría a Rusia a pagar sus propios desastres cometidos en Ucrania. Lo positivo de haber tomado una decisión conjunta es que Europa sigue respondiendo a pesar de que en el Consejo se sientan sensibilidades políticas diferentes y opuestas. El análisis de Máriam M. Bascuñán (resumen del artículo) nos da las claves de la posición de Europa en el contexto de la geopólitica mundial:
La UE es el experimento más avanzado de orden sin soberano y sin espada, pero el mundo no ha seguido ese camino
En Europa la creación de la U.E. se nutrió de muchas ideas. Kant soñó la paz perpetua desde un derecho cosmopolita. Monnet y Schuman con hacer la guerra imposible mediante la interdependencia. Habermas argumentó que la legitimidad nace del procedimiento, no del poder. Europa intentó convertir esas ideas en instituciones y funcionó, pero solo hacia dentro. Los franceses y alemanes ya no se matan; los conflictos se resuelven en Bruselas en negociaciones interminables; el poder existe, pero está domesticado.
El problema es que hemos proyectado nuestra experiencia al mundo asumiendo que el orden internacional evolucionaría en la misma dirección: más reglas, más instituciones, más interdependencia, menos poder bruto, y la globalización parecía confirmarlo. Europa es el experimento más avanzado de orden sin soberano y sin espada, pero el mundo no ha seguido ese camino. Trump, Putin y Xi actúan en el viejo mundo (poder, decisión, imposición) mientras Europa se enfrenta a ellos con las herramientas del nuevo (reglas, procedimientos, consenso).
Todo es como lo describió Tucídides: los fuertes imponen, los débiles se adaptan, quien no entiende el lenguaje del poder acaba hablando solo. Putin invade Ucrania y dice: Crimea es nuestra porque podemos tomarla. Trump impone aranceles y dice: lo hago porque puedo. No importa el derecho internacional ni buscan legitimidad en las instituciones. Actúan y luego justifican, o ni siquiera. Mientras Europa juega al ajedrez, ellos juegan al póker.
El dilema no tiene solución limpia. Si aprendemos el lenguaje del poder, ¿qué nos distingue de aquellos contra los que nos defendemos? ¿No se trataba de demostrar que hay otra forma de ordenar el mundo? Pero si mantenemos las reglas mientras todos las ignoran, no somos virtuosos sino irrelevantes. El derecho sin fuerza es impotente y la fuerza sin derecho es tiranía, y Europa no ha encontrado cómo combinar ambas cosas.
No hay manual, pero olvidamos que las comunidades políticas no siempre preceden a la acción, a veces nacen de ella. Los europeos de 1950 no sabían que fundaban algo nuevo. Actuaron, y el proyecto surgió de ese actuar. Quizás la actual crisis sea la ocasión de otra fundación. Los eurobonos, tan faltos de épica, son un paso en esa dirección: ni ruptura ni parálisis, algo de fuerza financiera con legitimidad compartida. Pero un paso no es un camino y Maquiavelo también advirtió que la fortuna es un río: arrastra a quien espera en la orilla.
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