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Pedro Sánchez, utiliza de muleta sus gafas dior.

 






Patricia E. Erles analiza la nueva personalidad del Presidente apoyado en unas gafas que fueron el centro de interés de un debate frente al adalid histriónico de Feijóo, un tal Alejo, un botarate al que se le atragantaron las gafas que consiguieron enredarle entre preguntas y más preguntas dejándonos atónitos y con una pregunta sin contestar ¿pero cómo el PP, entre todos los senadores que tiene, puede elegir a este tal Alejo? ... Patricia nos manifiesta como de posiciones alejadas de Pedro Sánchez incluso contraria a sus políticas se fue convenciendo por como entiende la política, como actua ante las adversidades y también de cómo se enfrenta a la oposición bestial del PP de Feijóo.
Por supuesto que no es perfecto: qué error considerar siquiera que un político, ergo humano, puede serlo.
Claro que no estoy de acuerdo con determinadas decisiones u omisiones del gobierno. Soy antitaurina, animalista, quiero una vivienda digna para cada ser humano. Falta mucho por hacer y siempre ocurrirá. Del mismo modo creo que ha acertado en muchos aspectos y agradezco el cambio con que hemos vivido desde que Rajoy se volvió bolso y empezamos a entender de qué iba ser Pedro Sánchez.
Está claro que tiene ambición. Que calcula sus pasos, que busca permanecer y sobrevivir a cada circunstancia. No le veo ningún defecto a eso, si de quien hablamos es de un político. Me parecía esencialmente soso y recuerdo la diferencia que vi en aquel remoto debate de los cuatro efebos. El cínico Casado defenestrado hogaño. El espídico Rivera, un sereno Pablo Iglesias. Y Sánchez, como un Ken canónico, un modelo de Emidio Tucci. Un sin más.
Iglesias fue el que más me gustó ese día, tan equilibrado y profesoral, como dijo Gabilondo.
Hoy solo queda él. Él y nadie más.
La evolución de Sánchez ha sido pasmosa. Las ocasiones en que ha podido demostrar su agilidad, su resistencia y capacidad de contraataque. Ha sabido esquivar cada uno de los obstáculos. Ha amenazado con dimitir en carta abierta, ha pedido perdón, ha pactado, ha previsto y ha reaccionado. Desconozco quién le asesora en su oratoria pero ha mejorado muchísimo y era fundamental. Usa un tono sereno y no suele enredarse ni trabarse en sus razonamientos. Se sirve de los silencios y resulta magnético en sus razonamientos lenguaje gestual. Las gafas del otro día hubieran sido igual de bonitas o retro, igual de llamativas si otro las hubiera llevado puestas, pero nadie hubiera reparado en ellas. Era cómo se las ponía para supuestamente leer mejor una frase, era cómo se las quitaba y las dejaba a medio camino al resaltar un dato, clavando la mirada en quien tenía enfrente. No sé si alguien le recomendó que las incluyera como atrezzo de su comparecencia pero de pronto eran un objeto mágico más que un instrumento o un accesorio. Era un “espere que compruebo, señoría”, una advertencia, una seña de madurez.
Ya ven. Unas gafas. Feijóo se las quitó y desde entonces es el más cegato del reino. Su rostro parece desnudo, obscenamente descubierto. Pero es que Alberto Ánimo no tiene gracia, carisma ni adjetivo. Los que admiramos al presidente, por gatuno, tenaz y astuto somos sanchistas, igual que lo propio de un cuento de Cortázar es cortazariano. No conozco a nadie que sea feijóoviano, a dior gracias. Hasta la palabra es poco agraciada, no digamos el concepto.
Sánchez fue capaz de cambiar su destino. Hay en él una voluntad férrea y un estilo. Habla inglés y sabe desenvolverse, intuye con tino los tempos, qué hacer y cuándo.
Detecta de forma infalible la pobreza intelectual y verbal del oponente y entonces se mofa casi con dulzura letal. Se muestra impasible o irónico cuando se le intenta acorralar.
Las gafas no son caras. Cualquiera de los señores del Congreso podría adquirirlas, pero no ponérselas o quitárselas así, convertirlas en lo más destacable del día del cacareado e hipotético linchamiento de la banda del moco liderada por el looser de Feijóo. Su adalid, el tal Alejo, me recordó al histriónico abogado de Tom Cruise en “Algunos hombres buenos”. Y Sánchez se lo merendó, le bastaron unas gafas de Dior y un talante sosegado que cada vez brillaba más en contraste del botaratismo pepero.
Si todo lo que se comentó después en la prensa versó sobre la montura del presidente la culpa es de la mediocridad mamporrera de sus adversarios. Sánchez ha aprendido mucho. Ellos está claro que no

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