LOS PELIGROS QUE IMAGINÁBAMOS PARA EL FUTURO, EN EL 2025 YA ESTÁN ENTRE NOSOTROS. En este artículo David Corellano reflexiona sobre los peligros de desestabilización política y social a la que estamos sometidos como consecuencia de la aparición de grandes corporaciones transnacionales que se enfrentan económicamente a los Estados y, además, son capaces de ilusionar a gran parte de la sociedad con sus ideas basadas en el individualismo y en acabar con el gasto público y la cobertura social.
LAS ENTIDADES A LAS QUE SE ENFRENTAN LOS ESTADOS (Y EUROPA) NO LUCEN BANDERAS SINO LOGOS Y COMPITEN EN INFLUENCIA Y EN PODER ECONÓMICO CON ELLOS ... A medida que avanzamos en este siglo el poder político, económico y militar de los Estados se enfrenta a un desafío inédito surgido de actores transnacionales con un alcance y una influencia que trascienden las fronteras de los países. Las corporaciones no buscan dominar por la fuerza militar ni mediante el poder blando tradicional, sino a través de algo mucho más sutil: el control de los datos, los medios de comunicación y, cada vez más, de los propios gobiernos. En este nuevo paradigma, el individuo ocupa un lugar central pero no como ciudadano, sino como producto. Los datos personales –gustos, hábitos de compra, interacciones sociales– se han convertido en la mercancía más valiosa de nuestro tiempo, y estas grandes corporaciones tecnológicas han diseñado ecosistemas en los que cada clic y cada búsqueda alimenta un ciclo económico basado en la explotación de la privacidad.
Paradójicamente, esta despersonalización del individuo se presenta como una exaltación de la libertad personal. La ideología de un mercado radicalmente liberal encuentra su expresión más pura en plataformas que prometen conectar a las personas, pero que, en el fondo, las atomizan y las convierten en engranajes de un sistema destinado a maximizar beneficios. Un factor clave en este modelo es la corriente antiestatista que algunos de los más grandes capitales promueven activamente. Frente a ello, los Estados son los únicos actores con la capacidad de regular el poder económico y poner límites, algo que los convierte en el principal obstáculo, quizás el único, para quienes buscan un control sin restricciones.
Como respuesta, las grandes fortunas han intensificado sus esfuerzos por influir en los gobiernos y, cuando eso no es suficiente, comprarlos directamente. La adquisición de grandes cabeceras de medios de comunicación tradicionales por parte de magnates como Jeff Bezos o Elon Musk no es un simple capricho, sino el primer paso de una estrategia calculada para moldear el discurso público cuya siguiente etapa es mucho más inquietante: la incursión directa en la arena política. El propio Musk ha anunció hace unos días su intención de apoyar y sostener económicamente a los partidos de ultraderecha en Europa y acaba de pedir el voto para la AfD en Alemania, lo que sugiere una intervención aún más directa en los procesos democráticos e igualmente que el Viejo Continente es la entidad política que supone una mayor amenaza para las aspiraciones de las grandes fortunas. Y es que, en este escenario global dominado por corporaciones y agendas ultraliberales, EUROPA ENERGE COMO REFERENTE CRUCIAL DE UN MODELO ALTERNATIVO. A diferencia de otros espacios y áreas geográficas, el proyecto europeo ha buscado conciliar la protección de los derechos individuales con la defensa del bienestar colectivo. Las políticas de protección de datos –como el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR)– y las iniciativas para regular a los gigantes tecnológicos (incluyendo las grandes y millonarias sanciones económicas por las prácticas monopolísticas, la evasión de impuestos o el abuso de posición dominante) son ejemplos claros de cómo se puede responder a los desafíos contemporáneos. Este enfoque que ofrece una visión esperanzadora de cómo es posible construir una sociedad en la que el poder económico no prevalezca sobre el bienestar colectivo ni los derechos democráticos es clave en la construcción del modelo de Europa que está siendo decidido (y cuestionado por algunos) en estos tiempos cruciales. La pregunta no es sólo qué lugar ocupará la UE en el panorama global, SINO QUÉ TIPO DE SOCIEDAD DESEAN CONSTRUIR LOS EUROPEOS PARA EL SIGLO XXI. La disyuntiva es entre apostar por los valores de protección colectiva o por los impulsos individualistas moldeados por las dinámicas globales, y las preguntas, obvias: ¿debe Europa reforzar su modelo de regulación para proteger a sus ciudadanos frente al creciente poder de las corporaciones?, ¿sucumbirá a las presiones externas que buscan debilitar el tejido social y político? La respuesta a estas cuestiones determinará no solo el destino de los europeos, sino también si Europa puede seguir siendo un faro de equidad, democracia y protección de derechos en un mundo cada vez más dominado por intereses corporativos. Porque, y esto es crucial tenerlo en cuenta, el fin del dominio de las grandes potencias tradicionales no implica necesariamente una distribución más equitativa del poder. Por el contrario, podría llevarnos a un mundo postdemocrático donde las decisiones clave no se tomen en parlamentos o congresos, sino en las salas de juntas de las grandes corporaciones.
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